Siempre
me sorprende en África la capacidad que tienen las personas de controlar sus
emociones desde niños de una manera estoica.
Ahora
estamos en el sur del país, donde se percibe un mayor nivel de desarrollo. En
la última chapa de Bilene Macia a la Praia de Bilene, hemos venido al lado de
una chica que llevaba a su hijo de poco más de un año en brazos. Nos ha
sorprendido el nivel de actividad del niño y las dificultades de la madre para
controlarlo… le ha comprado un paquete de ganchitos, luego uno de galletas, le
ha puesto a tetar de un lado, luego del otro… y el niño no paraba de moverse y
protestar. Nos ha sorprendido ver esa actitud de niño europeo en uno africano,
pero obviamente son cosas que trae el desarrollo. Probablemente sería su único
hijo y la chica ya no era una adolescente, así que suponemos que habría elegido
la maternidad cuando ella habría querido… aunque quizá sea mucho suponer…
También nos ha llamado la atención verla dándole besos a su hijo, es algo que
nunca observamos en África, los besos a los niños parece que están vetados, al
menos en público.
La
diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo es que, en el primero, los
hijos se tienen cuando se quiere y son esperados y deseados y en el segundo,
los hijos se tienen cuando vienen, normalmente desde muy jóvenes y uno detrás
de otro. Esto es lo que marca la gran diferencia. Obviamente, si cuando tienen
un año la madre ya está embarazada del siguiente, es imposible que le ofrezca
el mismo tiempo y dedicación, así que son las hermanas mayores las que cuidan
de los pequeños. Y en el primer año de vida, las madres tienen que hacer otra
multitud de tareas, así que se los colocan en la espalda y allí pasan el día
durmiendo y observando su entorno.
Los
niños abundan en África, son la base de una sociedad piramidal en la que hay
muy pocos ancianos y muchísimos niños. Éstos tienen que buscarse la vida para
sobrevivir, para destacar y para tirar adelante… hay demasiada competencia.
El
tan característico estoicismo africano proviene de todos estos hechos. De
pequeños de nada les sirve protestar o llorar porque nadie les va a hacer
demasiado caso, o incluso se van a reír de ellos si lo hacen, así que aprenden
a no hacerlo y a aguantar su dolor con dignidad.
Una
de las historias vividas este viaje ilustra perfectamente de lo que hablamos: en
isla de Ibo tres niños nos acompañaron durante toda la visita. El más pequeño,
de no más de tres años, llevaba la voz cantante, y era movido y divertido. En
un momento dado otra cuadrilla de niños más mayores quiso acercarse a nosotras,
pero el pequeño les levantó la mano apartándoles para que no vinieran a
quitarles a su “entretenimiento”. Los otros, no quedando conformes, cuando nos
descuidamos, vinieron y le pegaron al pequeño lo que nos pareció un fuerte
capón en la cabeza. El pequeño no soltó ni una lágrima, pero se calló
drásticamente y de allí hasta que nos metimos en la Fortaleza, le veíamos que
le lloraba un ojo y no paraba de restregárselo (intuidos que le pegaron además
un puñetazo en el ojo, pero no lo vimos), pero en ningún momento lloró, se
quejó o se separó de nosotras.
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